Creo que todos los que hemos podido leer el libro de Julián M. Clemente y Helio Mira nos hemos sentido identificados de una forma u otra con la historia que nos narran y, al igual que hace Alejandro Viturtia y muchos de vosotros en comentarios y demás foros, ahora yo voy a contar como fue aquella época para mi.
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Sin embargo, no todo lo podía encontrar en el kiosko de la Sra. Lourdes, y es que me di cuenta leyendo el final de los tebeos de Superman de la cantidad de publicaciones que sacaba Zinco por entonces. ¿Pero cómo conseguirlo? Además, aquello valía un pastón. Pronto descubrí que en otro kiosko del barrio vendían Green Lantern y Batman. En principio no salía mucho de dichos personajes hasta que descubrí Crisis en Tierras Infinitas en un kiosko en Roses (Girona), algo que ya os he contado hace poco AQUÍ. Mientras tanto, no siempre llegaban todos los números y encima empezaron a salir los dichosos retapados o recopilatorios de Zinco, como queráis llamarlos, que me obligaban a comprarlos para poder tener los números intermedios que me faltaban, y es que por entonces lo flipaba mucho con los Titanes, el Super de Byrne y el Batman de Adams.
Ahora bien, hay algo que no os he contado y es uno de mis pequeños secretos, de esos secretos que me permitieron llegar a conseguir incluso tebeos como el del Coche Fantástico (maldito el dia en que lo perdí) o poderme leer de cabo a rabo y de un tirón El Guerrero del Antifaz. Veréis, mi familia subsistía gracias a dos negocio: un bar y el mercado ambulante. Exacto, éramos vendedores ambulantes. En un principio vendíamos menaje cocina y demás y terminamos siendo (hasta la muerte de mi padre) una parada de las de Todo a 100. Esto para mi suponía un problema, y es que tenía que ayudar y ganarme mis tebeos como chico responsable, pero por otro lado suponía una ventaja: y es que al mes visitábamos almenos una quincena de pueblos diferentes, todos y cada uno de ellos con kioskos. De ese modo, cada vez que podía, me escapaba en busca del kiosko del pueblo a ver qué tebeos tenían y que me reservaran para la próxima vez; no había ningún problema, era el "hijo de los del mercadillo", y además buen cliente y fiable. Es más, me volvía loco (para bien) cada vez que me decían que íbamos a probar un pueblo nuevo porque eso significaba que quizá hubiera algún kiosko con alguna colección que no conocía. Y así fue.
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Continuará...